UNIDAD
4 : La adecuación.
Participantes de la comunicación.
1.- EMISOR.-
Un mensaje puede variar de sentido en función de quien haya
sido el emisor. No obstante, desconocer el autor de un texto no debe repercutir
negativamente en nuestro comentario. Nos fijaremos en lo más relevante del
texto: en los rasgos lingüísticos de la presencia de los participantes en la
comunicación, especialmente en la impersonalización del discurso o en la
modalización de su enunciado..
Aún así, es decir, conociendo el autor, no debemos nunca
hablar de su biografía, sino de los aspectos de su pensamiento que puedan haber
influido en la producción del texto.(Ver la impersonalidad, pág. 77 del libro de
texto).
2.- EL RECEPTOR.-
En la mayoría de los casos, el emisor puede elegir al
destinatario de su mensaje, distinguiendo, por tanto, entran:
-Destinatarios
potenciales ( cualquier lector ),
-Implícitos
( los contenidos del mensaje y la forma de expresión, ya nos dicen qué receptor
había: jóvenes políticos, dirigentes de multinacionales, …)
-Lector
concreto, aquel que recibe el texto en cualquier situación.
En todos los casos debemos señalar los mecanismos
lingüísticos utilizados por el autor y observar: cómo trata el emisor al
destinatario, cómo lo cita, cómo lo interpela, si hay complicidad con él, si la
pregunta increpa, .. ( pág. 80 )
3.- LA MODALIDAD DEL
ENUNCIADO.-
Llamamos así al grado de subjetividad o presencia del autor:
un texto está muy modalizado si predomina la subjetividad, y poco modalizado si
predomina la impersonalización.
Algunas marcas lingüísticas revelan la presencia y el punto
de vista del autor en el discurso. Estas marcas permiten distinguir tres tipos
de modalización:
-Epistémica:
consiste en el mayor o menor conocimiento del autor sobre el asunto tratado. El
autor acepta o rechaza. Para manifestar la modalidad epistémica se recurre a
expresiones: asertivas ( es evidente, sin duda, …), dubitativas o enfáticas ( a
lo mejor, …), concesiones ( imagino que, …) verbos performativos ( prometo,
juro, …).(Pág. 81 )
-Modalización
valorativa. Consiste en los juicios de valor y la opinión del emisor sobre lo
expuesto: expresiones apreciativas o despreciativas.
-Modalización
deóntica. El emisor tiene en cuenta la presencia de los otros participantes de
la comunicación. Se recurre a verbos de obligación, ( estamos obligados a …),
proposiciones condicionales ( si tuviera … solucionaría), proposiciones
temporales ( cuando tenga …lo harán.
Ahora no. )
4.- MODALIZADORES.-
Los modalizadores son las marcas de la modalización del
enunciado, es decir, las marcas lingüísticas que indican la presencia del
emisor y la subjetivad del texto.
EJERCICIOS:
Textos
analizados en el libro de texto como referencia:
-“Discos,
ajo y agua”. Javier Ortiz. El Mundo, 7-4-2001. ( Pág. 87 )
Jugar en la calle. Jugar en grupo. Esa es la actividad extraescolar que un
grupo de educadores y psicólogos americanos han señalado como la asignatura
pendiente en la educación actual de un niño. Parecería simple remediarlo. No lo
es. La calle ya no es un sitio seguro en casi ninguna gran ciudad. La media que
un niño americano pasa ante las numerosas pantallas que la vida le ofrece es
hoy de siete horas y media. La de los niños españoles estaba en tres.
Cualquiera de las dos cifras es una barbaridad. Cuando los expertos hablan
de juego no se refieren a un juego de ordenador o una playstation ni tampoco al juego
organizado por los padres, que en ocasiones se ven forzados a remediar la ausencia
de otros niños. El juego más educativo sigue siendo aquel en que los niños han
de luchar por el liderazgo o la colaboración, rivalizar o apoyarse, pelearse y
hacer las paces para sobrevivir. Esto no significa que el ordenador sea una
presencia nociva en sus vidas. Al contrario, es una insustituible herramienta
de trabajo, pero en cuanto a ocio se refiere, el juego a la antigua sigue
siendo el gran educador social.
Leía ayer a Rodríguez Ibarra hablar de esa gente que teme a los ordenadores
y relacionaba ese miedo con los derechos de propiedad intelectual. No comprendí
muy bien la relación, porque es precisamente entre los trabajadores de la
cultura (el técnico de sonido, el músico, el montador, el diseñador o el
escritor) donde el ordenador se ha convertido en un instrumento fundamental.
Pero conviene no convertir a las máquinas en objetos sagrados y, de momento, no
hay nada comparable en la vida de un niño a un partidillo de fútbol en la
calle, a las casitas o al churro-media-manga. Y esto nada tiene que ver con un
terror a las pantallas sino con la defensa de un tipo de juego necesario para
hacer de los niños seres sociales.
Elvira Lindo, El País, marzo de 2011
Texto
12:
Que me los presenten. Que me presenten a esos 7.000 madrileños que
abandonaron a sus perros para irse con toda tranquilidad de vacaciones. Que me
presenten a esos 7.000 energúmenos capaces de dejar atrás, con impavidez
espeluznante y una pachorra inmensa, los hocicos temblorosos y las miradas
dolientes de sus animales.
¿Cómo lo harán? ¿Apearán al perro en mitad de un campo solitario y huirán
después a todo rugir de coche, con el pobre bicho galopando espantado detrás
del guardabarros hasta que su aliento ya no dé para más? ¿O quizá lo llevarán a
algún barrio lejano y escaparán aprovechando algún descuido, un amistoso
encuentro con otros perros o un goloso olfatear de algún alcorque? No les
importa que luego el animal, al descubrirse solo, repase una vez y otra, con
zozobra creciente y morro en tierra, la borrosa huella de sus dueños,
intentando encontrar inútilmente el rastro hacia el único mundo que conoce. Son
7.000 sólo en Madrid: el censo estatal de malas bestias puede aumentar
bastante.
Que me presenten a esos tipos que tuvieron el cuajo de tumbarse con la
barriga al sol en una playa, plácido y satisfecho tras haber condenado a sus
perros, en el mejor de los casos, al exterminio en la perrera, y, más
probablemente, a una atroz y lenta agonía en cualquier cuneta, con el cuerpo
roto tras un atropello. O a servir de cobaya en un laboratorio, o a morir en
las peleas de perros, espeluznantes carnicerías que, aunque ilegales, parecen
estar en pleno auge como juego de apuestas. Que me presenten a esos seres de conciencia
de piedra. Quiero saber quiénes son, porque me asustan: si han cometido un acto
tan miserable e inhumano, ¿cómo no esperar de ellos todo tipo de traiciones y
barbaries? Probablemente pululan por la vida disfrazados de gente corriente: es
una pena que las canalladas no dejen impresa una marca indeleble.
El País, 16 de junio de 1998
Texto
13:
Teniendo un acierto tan feliz como la palabra para comunicarnos y ensanchar
las fronteras del espíritu, incomprensiblemente nos empeñamos en
descomunicarnos los unos de los otros nombrando a las cosas de distinta manera.
La diversidad de idiomas tiene sus ventajas, pero al precio de bastantes perjuicios:
une porque disgrega, incorpora porque margina, y enriquece a la totalidad
empobreciendo a las partes. A más idiomas, más rico el universo lingüístico y
más pequeñas las comunidades. Como no queremos prescindir de nuestra lengua y
tampoco podemos evitar el estar condenados a entendernos, lo solucionamos
aprendiendo los idiomas de los países hegemónicos.
Nadie puede negar lo maravilloso que sería poder leer a los escritores
favoritos sin traducir y sin necesidad de aprender otras lenguas. Pero ¡qué
remedio!, las cosas son como son y estamos dispuestos a conformarnos con el
valor histórico y cultural que encierra cualquier idioma, dialecto o incluso pronunciación
o modo especial de hablar en cada lugar, por pequeño que sea. Un valor muy en
boga y al que no tengo nada que alegar. Lo que no parece coherente es enaltecer
esos valores idiomáticos y, al mismo tiempo, pretender unificar el idioma
artificialmente en base a los límites geográficos del poder regional. Puestos a
ser prácticos, lo más conveniente sería que todos habláramos y escribiéramos Esperanto.
Si se trata de conservar historia y cultura, cada lugar debería conservar la
suya por incómodo que sea; mientras más diversidad más riqueza cultural. A mi
parecer, lo más sensato sería dejar que transcurra esa cultura con naturalidad,
según las circunstancias, el deseo y la conveniencia de los interesados. No veo
la razón por la que un gallego, por ejemplo, tenga ahora que aprender otro
gallego distinto del que está acostumbrado a hablar. ¡Qué necesidad hay de
dictar esas normas ni de forzar el curso de la historia!
Begoña Medina, El País
Texto
14: “El ruido mata”
El ruido hace mal: provoca tensión arterial, sordera, cefaleas; impide
dormir, lo que aumenta la irritabilidad y, por tanto, las úlceras de duodeno y
los riesgos de accidente, entre otros. España es, tras Japón, el segundo país
con mayores índices de contaminación acústica. Según los cálculos de la OCDE, nueve
millones de españoles están sometidos al suplicio. Se comprende, por todo ello,
la atención que ha suscitado una sentencia del Tribunal Constitucional
desestimando el amparo solicitado por el propietario de un pub de Gijón condenado
en 1998 por las molestias causadas por su música a altas horas de la madrugada.
El fallo sostiene que esa forma de contaminación puede atentar contra derechos
como el de la salud o la inviolabilidad del domicilio.
La división producida en el Tribunal —hubo tres votos discrepantes— pone de
manifiesto el retraso legislativo sobre la materia. La Ley de Ruido, aprobada
hace un año en aplicación de una directiva de la UE de 2002, y pendiente de
desarrollo reglamentario, debería colmar ese vacío. La normativa anterior
estaba diseminada en multitud de normas, casi siempre de rango municipal, que
se aplicaban con indolencia y supuesto respeto a la tradición, aunque ésta
tuviera una antigüedad no mayor de 15 años. La nueva ley establece la
obligación de elaborar antes de 2007 mapas acústicos de las ciudades, con
niveles de exigencia de silencio en función del uso predominante del suelo:
industrial, residencial, de ocio, etc.
De la combinación entre ese mapa y el de horarios para actividades
potencialmente ruidosas debería salir la reducción del ruido y la posibilidad
de aplicar medidas correctoras adaptadas a cada situación.
Ya hay ley, sólo hace falta aplicarla; es decir, lo más importante. Se
ignora si los mapas acústicos ya están en marcha, pero consta que las obras,
públicas o de particulares, siguen amargando la vida de los vecinos sin
aparente control, las motos sin silenciador atronando las noches especialmente
en verano, los camiones de la basura sobresaltando a los que quisieran dormir,
las vías de comunicación contaminando su entorno urbano, y celebrándose
festejos, municipales o privados, al son de una pirotecnia que identifica lo
alegre con lo estruendoso. "La inteligencia", escribió Schopenhauer,
"es una facultad humana inversamente proporcional a la capacidad para
soportar el ruido".
Editorial de El País, marzo de 2004.
Texto
15: “Infidelidad”
La Reina se ha
querellado contra una empresa de contactos, Ashley Madison, por utilizar su
imagen en un fotomontaje: la pusieron abrazada a un joven de torso desnudo. A.
M. es esa firma que promete facilitarte un adulterio discreto. También sacaron
al Rey en una foto de infieles. Mucha gente a la que le repatea la monarquía
encuentra esos anuncios graciosos, pero a mí los de A. M. me parecen unos
cantamañanas y su publicidad tan chillona y zafia como el más cutre de los
programas del corazón. Usar tu identidad para hacer el montaje que les dé la
gana es inadmisible.
Pero lo
llamativo es que, según A. M., el negocio de la infidelidad parece ser el único
que no está en crisis en España. Dicen que nuestro país es el más infiel de
cuantos han trabajado y que tienen 800.000 clientes. Puede ser. Creo que la
infidelidad es algo natural porque nace de la insatisfacción, ese rasgo
esencial del ser humano; del deseo de ser otro, de escapar del encierro de la
propia vida y conocer algo nuevo, de jugar a reinventarse. Y tal vez los
amargos días que vivimos potencien esas ansias fuguistas. ¿Quién no ha sido
infiel alguna vez, siquiera de pensamiento? Me temo que es sobre todo el miedo
lo que impide que haya más adulterios. Y, aún así, hay muchísimos. Un estudio
de Nordic Mist (2006) descubrió que el 37% de los hombres españoles y el 35% de
las mujeres habían sido infieles a sus parejas. O sea, uno de cada tres,
indistintamente del sexo: me encanta que se reviente el ñoño mito de la
fidelidad femenina. Aún más: según un estudio hecho en 1999 por una firma de
cosméticos italiana, las mujeres rejuvenecen con la infidelidad (el 47% se
preocupan más de su aspecto, el 52% dicen que ganan equilibrio psicológico),
mientras que los hombres se hacen polvo: el 32% se ven con más arrugas y se
sienten muy culpables. La infidelidad: una alegría gratis para tiempos de
crisis.
Escribo esta columna dentro
de un avión parado en mitad de una pista cubierta de nieve: parece una ballena
atrapada por los hielos polares. Llevo tres días dando tumbos por aeropuertos
de países mediterráneos repentinamente transmutados en Groenlandia. Ahora estoy
en Salónica (Grecia), y la tormenta ruge alrededor, convirtiendo el mundo en
una nada blanca y espectral.
Estamos a la espera (y en la desesperación) de despegar, de hundirnos en ese
cielo congelado como quien se tira a un pozo. Cuando el miedo merodea y se
atisba la posibilidad del propio fin, a los humanos nos da por ponernos
fastidiosamente metafísicos: muchas filosofías y muchos dioses, si no todos,
han nacido del estrujón de un ataque de pánico. Yo no puedo ser menos en esta
noche glacial y en la insegura tripa de la ballena de hierro, y, mientras las
alas del avión se escarchan y tiemblan (pero desde luego menos que mi ánimo),
me pongo a rumiar pensamientos obvios sobre la fragilidad del mundo, lugares
comunes que en estos momentos de fatiga y agobio me parecen verdades luminosas,
a saber: que por debajo de las cosas se agita el abismo, y que nuestra
cotidianidad, en apariencia tan sólida, no tiene más consistencia que una tenue
y esponjosa telaraña. [...] No necesitamos guerras ni terremotos para que la
vida se haga trizas. Basta con un poco de nieve inesperada, con tres o cuatro
míseros días de tormenta, para que los aeropuertos se conviertan en campos de
concentración, para que las sociedades se paralicen, para que las ciudades
ricas y seguras bordeen la catástrofe. El caos es una bestia íntima que vive
pegada a nuestra sombra.
Pienso todo esto en el avión, en mitad del hielo intransitable, mientras espero
la orden de despegue, o la de desembarco, o el accidente que acabará conmigo,
porque los aviones provocan más ideas mortuorias que los camposantos. Pero en
cuanto salga de aquí haré lo posible por olvidar esto que ahora me parece tan
evidente: que lo único que sabemos con seguridad en este mundo incierto es que
la muerte, cazadora paciente, nos aguarda.
Una joven atractiva, mientras se
maquilla ante el espejo del cuarto de baño para ir a trabajar, recita una nueva
versión del monólogo de Hamlet: ser o no ser, esta es la cuestión, levantarse
todos los días a las siete de la mañana y tener que aguantar a un jefe
despótico, machista e incompetente, todo por mil y pico euros al mes, o
renunciar a esta lucha agotadora y quedarme en la cama para dormir, tal vez
soñar, junto a un marido vulgar, a quien con un poco de maña puedo dominar a mi
antojo.
Este
dilema aciago parece haber arraigado en buena parte de la juventud femenina.
Frente a aquella generación de mujeres, que en los años sesenta del siglo
pasado decidió ser libre y realizó un arduo sacrificio para equipararse a los
hombres en igualdad de derechos e imponer su presencia en la primera línea de
la sociedad, cada día es más visible una clase nueva de mujer joven, incluso
adolescente, que ha elegido utilizar las clásicas armas femeninas, que parecían
ya periclitadas, la seducción, la belleza física y el gancho del sexo para
buscar amparo a la sombra de su pareja y recuperar el papel de reina del hogar.
Puede que la moral de la iglesia católica se haya aliado con la crisis
económica para imbuir tenazmente en la mujer la idea que vuelva a casa, críe
hijos, se ponga guapa y complazca en todo a su marido. Si una chica acude a
diario a machacarse en el gimnasio, si se atiborra de silicona, si camina sobre
unas plataformas increíbles, si decora su piel con toda suerte de tatuajes,
¿busca sentirse saludable y fuerte para luchar por sus derechos o, tal vez,
solo trata de convertir su cuerpo en un objeto de deseo, en un arma de combate
frente a los hombres? Ser o no ser. ¿Qué es mejor, soportar a un jefe tirano
que me explota o a un marido mediocre que me llevará a París si le hago un
mohín de gatita? Puede que el dilema no sea tan rudo, pero aquellas mujeres que
en el siglo pasado lucharon como panteras por su dignidad, sin tiempo para
pintarse los labios, tienen ahora unas nietas hermosas, siliconadas, tatuadas
con serpientes y mariposas, dispuestas a claudicar en sus derechos, con tal de
ganar la otra batalla, el viejo sueño de sentirse adorables y tener al macho de
nuevo a sus pies en la alfombra.
He
aquí algunas frases que nunca deberás pronunciar si posees un mínimo de
autoestima y tratas de excluirte del rebaño humano. Ante la presente crisis
económica nunca digas: el final del túnel, ni con la que está cayendo, ni
también saldremos de esta, ni la culpa la tienen los mercados, ni ahora le toca
mover ficha a la Merkel. Muérdete la lengua antes de soltar: hemos hecho los
deberes, sí o sí, o el tradicional ¿con IVA o sin IVA? Prohíbete indicar las
comillas agitando dos dedos de cada mano en el aire y sentado a una mesa a la
hora del almuerzo no digas que este gazpacho se agradece mucho en verano y que
a tu mujer le sale muy rico.
Si
alguien de los tuyos ha pasado a mejor vida no comentes: gracias a Dios ha
muerto sin enterarse, ayer mismo todavía se comió una tortillita, al final se
había quedado como un pajarito. Aunque tengas buen corazón no repitas la
obviedad de que la justicia debería ser igual para todos, ni tolerancia cero
con los que meten mano en la caja, ni el Gobierno ha traspasado la línea roja.
Si eres un político al que han pillado en un caso de corrupción no digas que
tienes la conciencia tranquila y que abandonas el cargo para no perjudicar al
partido y poder defenderte mejor, que solo estás imputado o condenado a la pena
de banquillo. Puede que después de mucho tiempo sin verlo te encuentres con un
amigo, en cuyo caso nunca le digas estás más gordo o más flaco, como si fueras
un hombre báscula, y si este amigo se conserva físicamente muy bien, no le
espetes con cara de asombro: estás igual, por ti no pasa el tiempo, has hecho
un pacto con el diablo o parece que te conservas en formol. Cuando el que se
presenta es aquel compañero del colegio, un viejo camarada del partido o aquel
gracioso de la excursión de la agencia de viajes y te interroga con un tono
casi amenazante ¿no me conoces?, contéstale simplemente sí o no, o mándalo a la
mierda, no vengas con eso de tu cara me suena, ahora no caigo. Nunca digas que
tienes que ponerte las pilas ni que hay que cambiar de chip, ni te has pasado
tres pueblos, pero ante todo nunca exclames ante una desgracia que eso era la
crónica de una muerte anunciada. Después de hablar de forma tan idiota,
límpiate la lengua con un estropajo, como hacía de niño tu madre.
Debajo de esta
Europa dividida en dos por la religión, una protestante y otra católica, hay
una división más profunda que atañe a la actitud moral con que los habitantes
del norte y del sur se enfrentan a la vida. Puede que en Estocolmo o en
Hamburgo a las tres de la tarde en invierno, cuando ya se halla oscura la
calle, muchos obreros y ejecutivos piensen que a esa hora, mientras ellos
trabajan de forma absolutamente rentable para su empresa, la gente morena y
manirrota del sur esté tocando la guitarra con palmas de alegría ante una
ración de gambas bajo la dulzura de un sol de 25 grados, cuya fiesta sospechan
que se pagará a su costa con la moneda única. Por otro lado puede que en
contrapartida muy pocos habitantes de la orilla del Mediterráneo estén
dispuestos a renunciar al placer de vivir al día en medio de un caos creativo
para cambiarlo por el orden, la eficacia y racionalidad en el trabajo de los
países bálticos. Se está tan poco rato en este planeta que basta con el sonido
de una tarantela durante una larga y placentera sobremesa con amigos a la
sombra de una parra para justificar toda la existencia.
Esta
moral filosófica del sur ante la vida, el hecho de que aquí la razón exija ir
en busca del placer a como dé lugar, no es compatible con la idea de que a este
mundo se ha venido a trabajar y a ser responsable. La moral calvinista es una
forma muy dura de salvación frente a la laxitud con que en el confesonario
católico se perdonan todos los pecados, incluso los más execrables. Recibida la
absolución el pecador puede irse al bar a tomar un par de cañas como si no
hubiera pasado nada; en cambio el protestante boreal se adentra cada noche en
la oscuridad con la culpa pegada a la nuca como una niebla por no haber sido
recto y eficiente del todo durante el día. Bajo la creencia de que el éxito
económico era una prueba de la gracia divina los calvinistas fundaron su dicha
en el ahorro y en la contabilidad.
Ellos
desarrollaron un capitalismo muy recio, mientras los católicos contemplaban el
paso de unas nubes cargadas de oro por la veleta del campanario. De hecho el
dilema que divide a los países del norte y del sur en Europa hoy todavía es el
mismo que se plantea en cualquier atraco a mano armada: elegir entre la bolsa o
la vida.
MANUEL VICENT- El País (15/01/2012)
Texto
10: “Locos bajitos”
Queridos niños: En esta fiesta de
Reyes, en que empezamos a enterarnos de adónde fue a parar el roscón, quiero
dirigirme a vosotros para rogaros que, de mayores, no seáis como nosotros.
Quiero pediros que no tengáis miedo. Cuando os den una dosis de reajustes
llamada de caballo, no permitáis que os la vendan como si vosotros fuerais los
únicos que tenéis que aceptar la inyección. No lo hagáis, porque, de inmediato,
os harán lo que los hombres que se sientan encima han hecho siempre con los
caballos: embridarlos, espolearlos, dirigirlos. Y colocarles -colocaros- un
artilugio en la cabeza, para que vuestros ojos no puedan captar la visión
completa del asunto.
También quiero pediros, queridos
amiguitos, que seáis buenos. Llegados a este punto necesito ejemplos, y como
solo me salen negativos, os expondré algunas cosas que no debéis hacer, por
mucho que insistan los compañeritos de clase tenidos por más espabilados y
ocurrentes. No compréis más trajes de los que podéis pagar, no hagáis más
aeropuertos de los que necesitáis -pues luego se los comen los conejos, y hay
que gastarse una pasta pública contratando halcones para cazarlos-, no abráis
bancos ni los cerréis -lo de atracarlos, ya es otro cantar-, no revendáis
hipotecas, no inventéis acontecimientos que no sirvan para acabar con la
miseria, y no cobréis comisiones.
Los anteriores consejos sirven para todos los sexos en
vigor, pero el siguiente va dirigido especialmente a las niñitas que salís
partidarias de lo clásico. Por favor, cuando os caséis con un buen mozo, por
deportivo o deportista que parezca, controlad de dónde saca los dineros con que
os obsequia con mansiones y tiaras. Ni la gente más alta necesita inclinarse
para distinguir las ventosidades del cónyuge. Y eso es todo, queridos amiguitos
que aún creéis en los Reyes... ¿Cómo era? Ah, sí. Magos.